Page 89 - Yo quiero ser como ellos
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Empero, mucha escritura con buenas intenciones no trascendió
            la consigna, el mensaje político, el discurso ideológico, no pocas
            veces, el panfleto, en el mejor sentido del término. De allí que
            cuando se apagaron los últimos cartuchos de los incendiarios
            años 60, también languideció esa literatura. Todo lo contrario a lo
            que ocurrió con la poesía de Víctor Valera Mora. Si las ediciones
            de sus primeros libros, de circulación limitada y entre amigos,
            salieron de su propio y exiguo peculio, sus lectores aumentan con
            el tiempo, así como el entusiasmo que en las nuevas generaciones
            despierta su obra. No buscan en ella el eco de los disparos de una
            época pretérita, sino el pistoletazo mismo. Porque la poesía de
            Víctor Valera Mora, más allá de su decir y su mensaje, permanece,
            deslumbra y conserva su frescura e irreverencia por su forma, su
            apuesta renovadora en el plano del lenguaje, su transgresión ante
            los viejos códigos del hacer poético. Irrupción y ruptura que, en la
            lectura crítica de Eli Galindo, emerge como un volcán verbal en la
            literatura venezolana.


                 Cualidades aquellas a las que se agrega lo que es condición
            humana y esencial del poeta: la autenticidad. No hay artificio, no
            hay postura, no hay acomodo a una época o a una moda. El lector
            sabe y siente que lo que escribe el poeta, le sale de adentro, de lo más
            hondo. Si huracanados son sus versos es porque la vida del juglar
            es turbulenta; si en la palabra se instala el amor, es porque Víctor
            Valera Mora lo prodigó entre amigos, mujeres y causas, pérdidas
            o no; si los versos transpiran ira y rebeldía, es porque así al poeta,
            iracundo y rebelde, lo conocieron los caminos. Si exigente fue en el
            compromiso, exigente fue en la poesía, en cada uno de sus poemas.
            «La razón gobierna en medio de ellos con un rigor clásico que no
            deja escapar una sola nota equivocada», donde «la reflexión sigue
            al desorden, pero sin nunca perturbar la maestría del canto, canto
            de alondra mañanera salutatorio y exultante», según lo pudo leer
            y escuchar Salvador Garmendia. ¡Cuánta armonía en el desorden
            poético, en el desenfado verbal de Víctor Valera Mora! Y cuando
            la palabra le fue esquiva, allá en sus inicios, fue autocrítico y tuvo
            conciencia del lenguaje desde la Canción del soldado justo porque
            sabía que la poesía crece y madura con la vida. Y con el poeta.



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