Page 93 - Yo quiero ser como ellos
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de sus poemas emblemáticos, a 600 kilómetros por hora, desde
los días de la Pandilla de Lautréamont hasta sus últimos poemas
dispersos y rescatados en las varias antologías que lo persiguen. Ni
dio ni pidió tregua. Se detuvo antes de pisar la raya amarilla de los
50 años. 49 era una edad más de su ser y más indicada para poner
un pie en el estribo sin riesgo de caídas. Los viejos pandilleros
de los lanzados años 60, por boca de uno de los fundadores, el
novelista Carlos Noguera, se preguntan:
«Me interrogo y vacilo. Cualquiera sea la pregunta, me digo,
sin embargo, siempre habrá un eco de poema, de grito, de palabra
que desde los días y las noches del pasado, desde la voz sin boca
del boxeador más dulce de América Latina, como lo llamara alguna
vez alguna muchacha enamorada, nos alcanzará y nos dejará nunca
para no dejarnos siempre».
No dejó de sorprenderme que la muerte de Víctor Valera
Mora fuese anunciada por canales comerciales de la televisión.
Se refirieron al «conocido poeta venezolano». Me extrañó ese
reconocimiento para quien, mediáticamente hablando, en vida
no existió. Me pareció oír el estallido en la pata de la oreja de la
risa del Chino. Pero el sistema tenía información de sus poemas.
Ya un oficial de inteligencia militar los había calificado, no sin
razón, de más subversivos que un foco guerrillero. El anuncio
televisivo fue una argucia, una forma de matarlo de verdad. No les
resultó, porque luego de irse por ahí, fue cuando empezaron a ser
solicitados los libros del poeta. Ésta si fue una grata sorpresa: los
más jóvenes lectores querían leer a ese señor. Supieron de un juglar
auténtico que trascendió su tiempo con su canto. Hoy yo lo celebro
y me celebro en su poesía.
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