Page 88 - Yo quiero ser como ellos
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combatiente al derrumbe de todas las imágenes. Eli Galindo,
            saltaplanetas como él, nos invita a volver a sus primeros poemas
            y allí encontraremos las líneas y la esencia de un camino vital y
            existencial —y, cómo no, también estético— del que no se desviará,
            ni siquiera en los tiempos de los repliegues tácticos con que el
            eufemismo justificó desviaciones o tragó la derrota.


                 «En esta primera etapa —escribe Galindo— (sin descartar el
            hecho de llevarlos como acompañantes durante toda su vida) sus
            autores favoritos eran Vladimir Maiakovsky, Jacques Prévert, Nazim
            Hikmet, Walt Whitman, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Dylan
            Thomas, entre otros. De ellos, sus obras y conductas, extrajo una
            visión ética de existir sobre la tierra y del arte de la poesía.

                 Visión ética de la vida y el arte plasmada en una obra que
            mantiene su unidad de tono y contenido desde su libro primero
            hasta los poemas dispersos que vieron la luz póstumamente. Una
            obra como un autorretrato en la que cada poema es un acto, como
            si la vida escribiera los versos o estos trazaran la ruta que aquella
            ha de seguir.

                 «Nunca conocí a un poeta —lo tributa Luís Alberto Crespo—
            que se pareciera tanto a un poeta: libre hasta en la pasión política, sin
            ataduras en la pasión sin nombre, con los bolsillos flacos de mucho
            derrochar su pobreza entre los amigos, a los que trasnochaba en la
            fiesta y la soledad con sabor a ron y a lágrimas”.

                 El poeta se parecía a un poeta, pero sobre todo, sus poemas
            se parecían a él o viceversa, en el desenfado del verbo y el andar,
            en  la  transgresión  de  los  códigos  lingüísticos  y sociales, en  la
            conjunción en pensamiento, palabras y obra de la agresión y la
            ternura, de la ira y el amor, de la inocencia y la conciencia, de su
            ética y su estética.

                 Ser una irrupción, una ruptura, en una década de
            irrupciones  y  rupturas,  no  es  cualquier  cosa.  El  decenio  de  la
            violencia apostó fuerte a la literatura y al arte, como a todo.



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