Page 83 - Yo quiero ser como ellos
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excluidos del latifundio andino, pero también de la presencia con
            poder humano del café y el trigo, con sus beneficiados y con sus
            víctimas.

                      Entre aquellos personajes, algunos descritos con una
            mezcla de ternura y humor negro, con el paisaje no como telón
            de fondo sino como otro personaje, discurre uno que sirve de hilo
            conductor de todo el relato, de todos los relatos, sin que su presencia
            eclipse la de los demás, pero que se deja sentir sin estar allí y sin
            aparecer explícitamente: es la del compañero de viaje del narrador,
            hijo de un caudillo vencido que llegó a la cabeza de los fundadores
            e hizo pueblo. Hay algo que nos recuerda al Pedro Páramo de Juan
            Rulfo, y ese algo es la relación padre-hijo, porque Orlando Araujo
            regresa a su infancia del Piedemonte andino al reencuentro con su
            padre, su compañero de viaje, y en ese retorno, para decirlo con
            Mariano Picón Salas, viaja al amanecer, a los orígenes de los suyos,
            a la infancia de su propio padre a lomo de caballo con su abuelo,
            aquel caudillo vencido con barba de cascada que las guerra civiles
            y montoneras bautizaron como el León de la Cordillera. Este viejo
            Araujo era seguido por gente de “ver, oír y callar”.

                      Orlando Araujo, ensayista también y de primera línea,
            estaba consciente de que no podía rescatar y reconstruir ese
            pasado por la vía de la investigación sociohistórica. Desde este
            campo de estudio podía analizarlo, interpretarlo y explicarlo, pero
            no reconstruirlo. Sólo el arte, la ficción literaria en este caso, le
            permitiría no tanto el retorno, sino la creación de una realidad
            y un tiempo ya inexistentes. El pueblo ancestral del Piedemonte,
            desde su fundación, es plasmado en Compañero de viaje. El lector
            puede recorrer sus calles, percibir sus olores, sentir su atmósfera,
            vivir sus grandes y pequeños dramas. De la mano del narrador, el
            lector participa de otra fundación, ésta, a través del lenguaje.

                      En esta fundación literaria, la historia se abre y cierra con
            el compañero de viaje,se regresa al punto de partida, en un viaje
            circular, como son los viajes de la memoria.



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