Page 85 - Yo quiero ser como ellos
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VICTOR VALERA MORA EN LETRA ROJA
Valera es una encrucijada entre el sol y la neblina, lugar apto
para nacer entre estaciones, pero abril no es mes para morir. A
menos que se sea poeta de la contraria vía, siempre cuestionándolo
todo, incluso desde el santuario de la modernidad muy siglo XX
donde a nadie se le ocurriría cuestionar nada: la butaca de un
Masseratti 3 litros. Nombre del indiciado: Víctor Valera Mora, el
Chino. Lo de indiciado es un decir, pues desde su primer poemario,
Canción del soldado justo, se declaró convicto y confeso. De
antemano, sabía el poeta que en el tiempo y el espacio del reino
de este mundo en que le tocó vivir, no habría juez justo para el
soldado justo. Pero no se retractó ni una palabra —mucho menos
un acto— y lanzó su poesía a la calle para facilitarle el trabajo a los
magistrados de toga y martillo, a quienes les bastó el lugar común
para dictar su fallo: a confesión de parte... La buena sociedad de
entonces, oída la sentencia, sintió a buen resguardo sus usos y
costumbres, su moral y su orden, y respiró tranquila.
No debió agotar todo el oxígeno. A partir del violento
amanecer de la década de los años 60, la poesía de Víctor Valera
Mora se erigiría en el rayo que no cesa, aun en los intervalos de
silencio que muchos erróneamente confundieron con el descanso
del guerrero. No habría tiempo en esa época para cerrar un ojo.
Un juglar había asaltado las calles y su serenata era demasiado
amorosa para no resultar incómoda. Amor a la rosa de Huidobro
y también al rebelde que profanó la madrugada, a las piernas de la
mujer que recién acaba de hacer el amor y al casco pisoteado del
obrero, a los ojos de la muchacha de la Facultad de Farmacia y a los
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