Page 91 - Yo quiero ser como ellos
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entusiasmo de una generación y así andaban de mano en mano,
            como decir, de concha en concha de la complicidad lectora.

                 De Italia trajo en las alforjas 70 poemas stalinistas, en 1979.
            El Chino era incorregible. Ponerle ese título a un libro escrito en
            uno de los países donde el eurocomunismo echaba las últimas
            palas de tierra purificadora sobre el nombre de José Stalin y el
            viejo partido italiano cambiaba hasta sus símbolos, era un desafío.
            Hacerlo a las puertas de la década de los 80, cuando ya en la propia
            URSS se empezaban a escuchar los claros clarines de la glasnost y
            la perestroika, oscilaba entre la terquedad y el sarcasmo. Publicarlo
            en Venezuela donde sólo los viejos camaradas reverenciaban
            todavía la hoz y el martillo, y en una época en que la apatía y el
            escepticismo de la juventud sólo se reconocían en el paradigma
            de Laura Pérez, «La sifrina de Caurimare», eran muchas ganas de
            meter el dedo en el ojo.

                 Y otra vez Víctor Valera Mora dejaba constancia de la alta
            factura de su poesía, más allá de lo anecdótico. Poemas de amor, de
            viaje, de lugares y bebidas y comidas, de noches romanas y, como no
            se vive impunemente en Italia, también del fútbol, de la rivalidad entre
            el Lazio y el Roma. Pero no hay que llamarse a engaño, el viajero no
            descuida lo que ocurre en su país y advierte para su regreso.


                 A estas alturas de la existencia
                 quien me quiera pasar
                 para la democracia representativa
                 le voy a meter un panfleto por las narices
                 para que sepa cómo se bate el cobre
                 en las pailas más luciferinas

                 Pertenece el poeta a una generación que en la década
            violenta de los 60 intentó tomar el cielo por asalto, y en el intento, se
            jugó la vida y la palabra. El sistema al que tanto apostrofó proclamó su
            victoria. Para el escritor la lucha continuaba, con sus reveses, pues se
            mantenía firme en sus ideas, como se mantuvo toda la vida. Su poesía
            no cedía un palmo:



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