Page 12 - Yo quiero ser como ellos
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sobre el desquiciamiento de Simón Rodríguez, éste, contrario a lo
            que se esperaba, coincide con la advertencia de su detractor:

                 “No puedo menos que aprobar la buena intención de ese
            señor: inmoralidad y locura no son recomendaciones para maestro”.

                 Recuerda Simón Rodríguez a otro personaje al que
            también llamaron loco: Cristóbal Colón. Y  “por deshacerse
            de él  –escribe a Simón Bolívar, en septiembre de 1827-,  le
            dieron unos barcos viejos: después, los europeos se disputaron
            el honor del descubrimiento; y ahora matan a los americanos
            por quitarles lo que antes llamaron sueños. ¿Quién sabe si
            después que yo haya presentado a los Congresos de América los
            rumbos de una libertad que andan buscando en vano, no sale
            por ahí un Vespucio dando su nombre a mi Nuevo Mundo?”


                 Si en unos casos recurría al sarcasmo o a la broma
            ligera, en otros, sobre todo en los ensayos, apelaba a la ironía,
            figura retórica  que manejaba con destreza y finura. Freud
            escribió que “el humor no resigna, desafía, implica no solamente
            el triunfo del Yo, sino el principio del placer, que halla en él el medio
            de afirmarse, a pesar de las desfavorables realidades exteriores”. Y
            para don Simón Rodríguez, en sus largos peregrinajes por Europa
            y América, las “realidades exteriores” fueron duras, difíciles, a lo
            largo de su creadora, creativa y fructífera vida hasta su muerte en
            la miseria. Condiciones, sin embargo, que él asumió y enfrentó con
            humor y altivez, siempre. El humor es una de las caras y corazas
            de la dignidad.

                 Sin un céntimo, le pide al general Bernardino Pradel
            algunos rubros y a cambio se ofrece como sacristán para tocar las
            campanas. Sin tinta para escribir, también le solicita “unas manillas
            de papel fino y una botellita de tinta extranjera: tengo mucho que
            escribir, y el papel es malo…la tinta ya usted ve: si escribo con ella
            pensará el señor General  que le llega correo del cielo, donde como
            usted sabe se despacha todo en blanco”.  Fino humor con cierre
            poético en medio de lo que Freud llama “desfavorables realidades


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