Page 101 - Yo quiero ser como ellos
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de la juventud de Acción Democrática fundaría el Movimiento de
            Izquierda Revolucionaria, organización que tiempos después, junto
            con el Partido Comunista de Venezuela, iniciaría en Venezuela la lucha
            armada. Surgiría un poderosos movimiento estudiantil que conocería la
            cárcel, la represión y la  muerte, sin manos blancas, despliegue mediático
            ni premios del imperio. Todo lo contrario.


                      Durante 40 años el país sería gobernado por el llamado Pacto de
            Punto Fijo, que se acordó en Nueva York (no podía ser de otra manera)
            y se firmó en Caracas. Lo refrendaron los jefes de los grandes partidos
            políticos (AD, COPEI y URD), quienes decidirían los destinos del país
            con la anuencia y venia del imperio durante cuatro décadas. Ese pacto
            firmado por Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y JóvitoVillalba, volaría
            en pedazo el 27 de febrero de 1989, con el estallido popular conocido como
            “El Caracazo” y que sería algo más que la mecha  de las insurrecciones
            militares del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992.

                      2009 recibe el aniversario 51 del 23 de Enero de 1958 con
            un atípico “movimiento” estudiantil en las calles. Lo conforman en su
            gran mayoría jóvenes provenientes de las clases altas, quienes estudian
            en las universidades privadas del país, instituciones éstas que durante
            medio siglo estuvieron hundidas en su propia apatía y en un pasmoso
            escepticismo.


                      De súbito, el gobierno revolucionario de Hugo Chávez les
            despertó el odio de clase. De los adjetivos despectivos hacia los sectores
            populares –chusma, hordas, desdentados, zambos, tierrúos, marginales-,
            pasaron, en 2007, a una protesta radical, guarimbera, incendiaria y de
            altísima cobertura mediática.

                      Hay, empero, una diferencia abismal con el 23 de enero de
            1958. La bolivariana no es  una revolución de la fantasía, como definiera
            Domingo Alberto Rangel la gesta de la que fue actor y testigo. Y que no
            lo sea solo lo garantiza el pueblo que reivindica hoy la victoria que le
            fue escamoteada hace medio siglo.






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