Page 528 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
madrastra, ocho veces viuda, había descubierto un esplén-
dido negocio en fabricar coronas fúnebres para vendér-
selas a precios especiales de familia a los dolientes de sus
ocho difuntos maridos.
El principal oficio de la niña era precisamente el cui-
dado de las flores. Las regaba sacando agua de un pozo
muy hondo y muy fresco que había en el patio. Haciendo
girar una manivela que el pozo tenía en su brocal, una
cuerda se iba enrollando y, atado al extremo de la cuerda,
subía un cubo de agua olorosa a raíces tiernas y a día de
lluvia. A veces, con el agua se venían también algunas pie-
drecitas, seguramente las piedrecitas más limpias y más
pequeñas del mundo.
Conoció una vez la niña cómo podían estas piedre-
citas llegar a convertirse en centavos. Y el día indicado,
cuando calculó que la hora de recogerlas se acercaba, echó
el balde dentro del pozo. Al sacarlo de vuelta, venían jus-
tamente siete piedrecitas en el fondo del agua.
Esperó un rato sin tocarlas y cuando a la distancia
creyó percibir las campanas del Aleluya, las recogió, las
contó bien y fue a guardarlas.
Noche tras noche, con los ojos cerrados, las colocaba
debajo de su almohada; mañana tras mañana, con los ojos
cerrados, las volvía a meter en su escondite. Así pasaron
días y semanas y meses, y con el tiempo iba creciendo su
ilusionada curiosidad.
Llegó al fin la Nochebuena y sonó la hora señalada. Con
el corazón vuelto un caballo dentro del pecho, se incorporó
en su cama. ¿Cómo lo haría? Primero pensó en entrarles de
sorpresa, como a cosa que puede asustarse y salir volando.
Pero sus manos se detuvieron en el impulso. Y cambiando
de parecer, ¡zas!, alzó la almohada de un tirón seco.
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