Page 531 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa


                  —¡Ay! —exclamó la madrastra con rara compla-
              cencia—. ¡Qué hermoso cojín! Lo colocaremos en el sofá
              del salón para vendérselo al primer cliente que venga a en-
              cargamos una corona. Por experiencia lo digo: al que acaba
              de perder algún ser querido siempre le hace falta un cojín
              para echarse a llorar.
                  Tan grosera muestra de mal corazón hizo estremecer al
              sapo dentro del cojín, pero comprendió que, en aquel ins-
              tante, cualquier efusión de sus sentimientos podía perderle.
              Y se quedó calladito.
                  El cojín fue colocado en el mejor mueble de la casa,
              entre un modelo reducido de corona funeraria para ge-
              neral y  un enorme retrato de conjunto donde el artista
              había reunido, por riguroso orden alfabético, a los ocho
              difuntos maridos de la señora.
                  Por el momento, tanto el sapo como la niña respiraron
              tranquilos. Pero aquí entra en acción un personaje llamado
              Pancho, del que hasta ahora nos habíamos olvidado por
              completo.
                  Pancho era el único ser en este mundo a quien aquella
              terrible señora había llegado a dispensarle algún cariño.
              Pancho era un gatazo gordo, remilgoso y mal acostumbrado.
                  Viendo que había cojín nuevo en la casa, se aprestó a
              estrenarlo. De un salto ganó el sofá, se arqueó perezosa-
              mente como conviene a un verdadero gato, y se instaló en
              el cojín, dispuesto a echar en ese mullido lecho la primera
              siesta del día.
                  Pero apenas (cerrados plácidamente los ojos) se había
              enroscado sobre el lujoso cojín, empezó a percibir unos in-
              sólitos movimientos debajo de su cuerpo; era el sapo que
              allá dentro en su prisión de algodones, se sentía agobiado
              bajo el peso de Pancho.

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