Page 530 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
—Soy —le dijo— un príncipe convertido en sapo por
la maldad de una madrastra cruel. Estoy condenado a vivir
así hasta que encuentre una niña de tan noble corazón que
quiera alojarme en su casa arriesgándolo todo.
—Yo te salvaré —dijo la niña—. Te alojaré en mi
casa, pero como mi madrastra odia a los sapos y te mataría
si te encontrase, deberás permanecer oculto en la forma
que yo te diga.
En eso amaneció el radiante día de Navidad. Muy si-
gilosamente la niña volvió a su cuarto. Allí no había nada
que le sirviera para ocultar al sapo. Pero la pared del cuarto
era blanca, y ella tenía un creyón azul. De modo pues que
cogió el creyón y sobre la pared blanca dibujó un cofrecito
de plata. Pero como el espacio de la pared era muy redu-
cido y el creyón muy chiquito, el cofre que dibujó le salió
demasiado pequeño como para que en él pudiera meterse
con comodidad un sapo.
Lo que hizo ella entonces fue abrir el cofre que había
dibujado y de él sacó sedas, algodón, telas finísimas y un
dechado.
Vino nuevamente a sentarse en el brocal del pozo
mientras el sapo esperaba. En pocos minutos tuvo termi-
nado un hermoso cojín, con las iniciales de su madrastra
bordadas con hilos de oro en todo el centro.
—Esta será su casa, señor Prinsapo —le anunció al
huésped. Y por un boquete de la tela que todavía tenía sin
coser, metió dentro del cojín a su amigo con recomenda-
ciones de que estuviese allí muy quieto, y remató su costura.
En ese momento salía la madrastra con sus habituales
regaños.
—Madrastra —le dijo la niña presentándole el cojín—,
como hoy es día de Pascuas le he preparado este aguinaldo.
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