Page 529 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa
Se quedó un momento inmóvil, fijos los ojos gran-
dotes en el lugar donde estaban las piedritas.
Toda la cara se le fue como apagando. A través de una
confusión de lágrimas y mocos fue recogiendo las piedras una
por una y examinándolas desconsoladamente. Por fin, llo-
rando y llorando, se echó encima de ellas y lloró muy larga-
mente como solo puede llorar una pobre niña desengañada.
Apuñando las piedritas que al echarse encima de ellas se
le habían incrustado entre la palma de la mano y la mejilla,
se levantó y salió de puntillas al patio.
—Se las devolveré al pozo —dijo—. El pozo me ha
engañado.
Y ya junto al brocal, empuño la manivela y se puso a darle
vueltas; pero en lugar del cubo de agua, ahora lo que subía del
pozo, a medida que giraba el cilindro, era un melódico y muy
antiguo vals como de orquesta mecánica de carrousel. Sor-
prendida, detuvo la manivela, y con la misma cesó la música.
La volvió a hacer girar y la música sonó de nuevo. ¡He aquí,
pues, que nuestro pozo funciona como un organillo!
Encantada de su descubrimiento, dejó caer las siete pie-
dritas, que al dar en el fondo sonaron como centavos, como
un puñado de centavitos nuevos que se le caen a uno. ¡Eran
centavos! ¡Y ella que no había visto bien! ¿O será que
sonaron así al chocar con el metal del cubo?
Para cerciorarse hizo girar la manivela, y esta vez sí
subió el recipiente. Pero al asomarse a él, ¡nueva sorpresa!:
donde esperaba encontrar piedrecitas o monedas lo que
vio fue un sapo, un sapo de piel intensamente verde que la
miraba con ojos tan tristes como los de ella.
Iba a devolverlo al pozo, llena de miedo, cuando oyó que
el sapo le hablaba, llamándola por su nombre con una voz
profunda como la del señor gordote que canta en la ópera.
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