Page 523 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa


              ¿Usted cree que podía? Sea porque el temblor no lo
              dejaba, sea porque tenía las pezuñas muy afiladas,
              cada vez que trataba de afincarse en el palo, se resbalaba.
              —No haga tanto ejercicio y suba ligero —le gritó el
              perro desde la troja. Animado por lo cual, el chivo
              logró al fin subir.
              —¡Concha! Con esa amoladita que les dio le
              quedaron esas pezuñas como unos cuchillos —le
              dijo el perro—. Eso debe ser para equiparárselas con
              los cachos, porque esos cachos suyos cortan un
              pelo en el aire.


              Los tigres escuchaban esto abajo y se quedaban
              calladitos, mirándose medrosamente unos a otros.
              Al poco rato los tigres, que se habían acostado
              abajo, se durmieron y empezaron a roncar. Pero el
              chivo, nada que dejaba que el pobre perro cogiera
              el sueño.
              —En buen berenjenal me metiste —le reclamaba—.
              Yo estoy temblando de miedo.
              —Pero chico, no seas cobarde; duérmete y déjame,
              ¡carrizo!
              Así estuvieron hasta la medianoche. Por fin, el
              sueño venció al chivo; pero no acababa de quedarse
              dormido cuando comenzó a soñar que millones de
              tigres con las bocotas abiertas venían a comérselo.
              Se despertó dando un berrido y dio un brinco que
              hizo que se desbandaran los palos de la troja,
              armando el gran escándalo y cayendo el pobre
              chivo de bruces al suelo en medio de los tigres.
              Con la misma se despertó también el perro, y
              dándose más o menos cuenta de lo que pasaba,

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