Page 522 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
El perro sacó la cabezota del tigre del morral y con
una gran bravuconería la colocó en el suelo ante la
admiración y el terror de los tigres, que ahí mismo
se pusieron chiquiticos y no hallaban qué
zalamerías y agasajos hacerles para que les
perdonaran la vida.
Les sirvieron la mejor comida que tenían. Los
viajeros comieron hasta más no poder, y el perro
entre bocado y bocado soltaba los ladridos más
roncos que tenía en su repertorio, cosa que hacía
que a los tigres se les destiñeran las manchas de tan
pálidos que se ponían.
Ya bien entrada la noche, el perro le preguntó a uno
de los tigres:
—¿Y dónde duermen ustedes?
—Allá arriba, en aquella trojita— le contestó
humildemente el tigre.
—¿Y suben?
—Por ese tronco que está ahí —contestó el tigre más
humilde todavía.
—Está bien —tronó el perro—. Nosotros necesitamos
la troja por esta noche. Ustedes dormirán abajo.
—Lo que usted mande —contestaron todos los tigres.
Enseguida, el perro se subió a la troja por el
tronco. Pero el chivo, al verse solo entre las fieras,
le entró otra vez el miedo y empezó a temblar de nuevo.
Viéndolo en ese temblor, uno de los tigres dijo con burla:
—Guá, ¡adiós carrizo! El maestro como que está temblando.
A lo que el perro contestó desde arriba:
—Ese tiembla de lo puro bravo que está. Modere
ese carácter, vale chivo, y véngase a dormir.
El chivo ya había empezado a subir, pero qué va.
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