Page 519 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa
—Lo único que usted tiene que hacer es soltarme a
mí con los dientes y acompañarme.
Pero el chivo era muy cobarde y siempre se oponía
a los planes del perro. Todos los días el perro le
dedicaba la misma cantaleta, y aunque al chivo se
le salían los ojos de las ganas que le daban,
siempre le contestaba:
—Uhm, mire, vale perro, todo eso que usted me
cuenta es muy bonito, pero a mí me da mucho
miedo salir. Por ahí hay mucho animal
malintencionado.
A lo que el perro, que era muy bravucón, lanzaba
tres gruñidos bien fuertes y le retrucaba con esos
dientes pelados:
—No hombre, no tenga miedo, vale chivo. ¿Usted
cree que a mí me tienen esta cadena en el pescuezo
por lujo? Es que hasta el amo me tiene el miedo
hereje, y eso que me recogió
desde chiquito.
Otros días, cuando el chivo se encontraba más
distraído comiéndose un pedazo de trapo
o buscando en el suelo a ver si encontraba una
cueva de bachacos, el perro siempre con su idea en
la cabeza, lo sorprendía a bocajarro:
—¿Qué hubo, vale chivo? ¿Se decide?
Y el chivo no contestaba enseguida, sino que se
quedaba como si estuviera consultando con su
conciencia, y después de mucho pensarlo le salía
con lo mismo:
—No, vale perro; todavía no. Yo voy a pensarlo
un poco más.
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