Page 521 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa
—Usted va a ver que esa cabeza nos va a ser muy
útil, compañero —le dijo el perro.
Ya de nochecita estaban bien cansados cuando,
sin darse cuenta, fueron a dar a la entrada de una
cueva, donde una familia como de cinco tigres
mariposos estaban comiéndose un burro
que habían matado esa tarde.
Cuando los tigres vieron venir a los viajeros que se
acercaban, se pusieron contentísimos y empezaron
a decir con esa chocancia:
—Caray, miren lo que viene ahí. Pasen adelante,
amigos; a buena hora llegan porque no teníamos el
seco para hoy.
El chivo, al ver a los tigres y oír esa voz ronca,
paralizado como estaba por el miedo, se quedó a
prudente distancia. Pero al perro no se le enfrió el
guarapo. Al contrario, sacó el pechito y se enfrentó
muy fresco con los tigres.
—¿Quién es el jefe de ustedes aquí, ah?
—¿Y a ti qué te importa eso, cagoncito? —le preguntó
uno de los tigres.
—No, para señalarle una cosa.
—¿Qué cosa?
—¿Ah, usted es? Bueno: ¿usted ve aquella cabezota
que trae el chivo en el morral? Esa es la del tigre
más chiquito que hemos matado hoy.
Y llamó al chivo.
El chivo sabía que si corría estaba perdido y aunque
casi no podía moverse con el temblor que tenía,
se acercó a la llamada del perro.
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