Page 265 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa


                  Cuando condenamos a los universitarios, cuando con-
              denamos porque manifiestan a los liceístas y los insultamos
              diciéndoles vagos, diciéndoles irresponsables y endilgán-
              doles otros adjetivos tan estúpidos, cuando porque están
              revueltos impetramos para ellos la intervención de la fuerza
              bruta, estamos mostrándonos como ignorantes de los me-
              canismos por los que avanza la civilización. No recor-
              damos que por lo que podemos hoy andar en automóvil, en
              vez de estar todavía colgados del árbol primario, es porque
              hubo siempre jóvenes que en el momento de hallarse en
              peligro de perecer o de retrogradar las ideas por las que
              el hombre llegó al automóvil, salieron a defenderlas por la
              acción combatiente en las calles.
                  La gente trivial, la gente cómoda y además ingenua,
              cree que las efusiones políticas de la juventud son actos in-
              motivados, explosiones emocionales, como les dicen tam-
              bién, simples variantes de la misma «necesidad de acción»
              que los lleva a hacerse fanáticos del fútbol o a repetir me-
              cánicamente la canción de moda. Ese juicio simplista y
              tan cómodo con que pretende la gente despachar las re-
              vueltas de la juventud, se ha resumido hoy en la expresión
              «rebelde sin causa», acuñada por el cine norteamericano.
              Para justificar sus actitudes de condenación a estas incó-
              modas efervescencias de la rebeldía juvenil, también se
              pretende tipificarlas como un fenómeno sin precedentes
              en ninguna época de la historia.
                  Ambas creencias son falsas. Así como se dice que «ni
              la hoja de un árbol puede moverse sin la voluntad de Dios»,
              así puede asegurarse igualmente que en las sociedades no
              se produce ningún brote de inquietud que no obedezca, en
              la intimidad de su mecanismo, a alguna causa histórica ex-
              plicable. Sobre todo tratándose de estas algaradas juveniles,

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