Page 263 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa


              los viejos de vestirse, de peinarse, de bailar y sobre todo de
              amar como ellos. A veces para sofocar los impulsos reno-
              vadores naturales de la juventud se acudió a métodos fran-
              camente terroristas, como se ha hecho aquí tantas veces en
              las universidades y liceos. Y en otras acciones acudieron los
              buenos ancianos a la actitud farisaicamente paternalista y
              consejera, como aquellos que en los días ardientes de 1810
              le dijeron al fogoso Bolívar que había que tener calma.
                  La atención que dispensó Bolívar a aquellas voces cal-
              mosas, y  las  consecuencias  de  haberle  sido  fiel en  1810
              a los impulsos de su sangre joven, cargada de fuego sub-
              versivo, nos obligan a comportamos hoy un poco más se-
              renamente, y más comprensivamente, ante los motivos de
              desasosiego que nos plantea la juventud de nuestra hora.
                  Si volviéramos un momento los ojos a la historia nos
              encontraríamos con que ni cualquier tiempo pasado fue
              mejor, como dice el poeta Manrique en la «Elegía a su
              padre», ni  tampoco  el  que  vivimos  es  tan  dislocado,  tan
              descocado y anárquico como nos parece a veces a nosotros.
              Todos los tiempos del hombre han sido iguales en sus ma-
              nifestaciones humanas. En todas las épocas, las ideas nuevas
              han surgido violentadas por la historia misma; las ideas
              nuevas nunca le han llegado al hombre servidas en ban-
              deja, por así decirlo. Para triunfar, para imponerse, las
              ideas nuevas han sido motivo de grandes luchas entre el
              pasado, el presente y el porvenir. Ninguna idea nueva
              triunfa por sí sola, aunque lo merezca. No triunfa por sí
              sola porque, cuando ella insurge en la vida del hombre, ya
              hay ideas viejas que están desde hace mucho tiempo es-
              tablecidas y como soldadas en la historia, que se niegan
              a cederle el puesto a las ideas que advienen, a las nove-
              dades que llegan configuradas en la presencia animosa

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