Page 262 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles


            movilizar contra ella los toletes de la represión sino in-
            vocar, para cohonestar nuestra falta de piedad para con los
            jóvenes, para justificar nuestra falta de comprensión hu-
            mana y de sentido histórico, esa cosa que parece ser una
            propiedad exclusiva de los viejos, una reliquia atesorada en
            los baúles de la tradición y que se llama: la sensatez. Esa
            palabra nos traiciona miserablemente.
                La palabra sensatez perdió hace mucho tiempo su ver-
            dadero significado, de tanto que ha sido manipulada por las
            gentes godas para nombrar sus ideas regresionistas y esta-
            cionarias. Bernard Shaw, especialista en poner en ridículo
            ciertas grandes palabras, interpreta sensatez como sinónimo
            de conformismo. Y de paso, en su traviesa interpretación,
            pone al descubierto la verdadera significación en que en-
            tienden los viejos la palabra insensato, cuando se la aplican
             a los jóvenes. «El hombre razonable —dice Bernard Shaw—
            es el que se adapta al mundo; el hombre irrazonable es el
            que lucha por adaptar el mundo a él. Por consiguiente, todo
            progreso ha sido obra de hombres irrazonables».
                Los viejos, en todas las épocas, han comprendido bien el
            peligro que significa para su estabilidad como estamento di-
            rigente el advenimiento de una nueva generación, y por eso
            en cada época, ante la insurgencia de las fuerzas juveniles,
            han puesto en movimiento cuanto recurso tuvieran a mano
            para apaciguarlas, para neutralizarlas, y para desacreditarlas
            o para eliminarlas. A veces fue por el método de asediarlos
            con una hipócrita moralina, clamando contra los trajes de
            la juventud, contra sus peinados, contra su conducta amo-
            rosa, contra sus maneras de bailar. Pero los jóvenes nunca
            cedieron en esos casos, porque comprendían que en el fondo
            de aquellas censuras no había afán pedagógico alguno sino
            una profunda envidia biológica, nacida de la incapacidad de

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