Page 248 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles


            pero el sentido es el mismo.) Es decir, da por cierto, sin
            hablar previamente con Judas, que el hombre es un ladrón
            y acepta el insulto que le echa encima el otro y no hay en él
            ni un gesto bondadoso o de comprensión para el insultado.
                Tenía, pues, Judas que sentirse muy sordamente disgus-
            tado entre aquella gente que tan mal lo trataba. Y más que
            todo muy triste ante la evidencia de lo poquísimo que podía
            esperar de aquel a quien había seguido por creerlo la perso-
            nificación de la Bondad y del Amor. Y todavía en aquella
            ocasión el propio Jesús lo ofende y lo humilla en presencia de
            María, con la increpación que cito de memoria: «¿Cómo
            perturbas el placer que esta mujer deriva de tratarme con
            ternura? Yo pronto me iré de la tierra. Pobres habrá siempre,
            Cristo no hay sino uno y está de paso, déjala que lo apro-
            veche». Ese es el sentido de sus palabras, las cuales segura-
            mente provocan la burla de los circunstantes. Y a todo esto
            podemos añadir el hecho de que Judas, de ninguna manera
            estaba plenamente convencido de la causa a la que se había
            integrado; y lo que lo impulsó a seguir al grupo apostólico
            fue la necesidad de compañía. Era un hombre eminente-
            mente solo. Se dejó en un momento fascinar por la palabra
            de Jesús porque (como siempre sucede en las almas rudi-
            mentarias), en el mismo hecho de no comprenderlas muy
            bien, intuyó que algo muy grande se encerraba en ellas.
                Las palabras que oyó de Cristo y que lo arrastraron
            a la causa de los Apóstoles no habían despertado sino una
            emoción en él; no lo habían convencido en el fondo de su
            cora zón. Y además, contra la prédica de Jesús, que entonces
            andaba muy solo, como se ve, con únicamente doce hom-
            bres predicando por el mundo, se erguía toda una organi-
            zación religiosa de suma fuerza, que era la de los escribas,
            los fariseos, los sacerdotes del Sanhedrín; que aquellos, por

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