Page 247 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa
más grato que podía rendírsele a un huésped, sobre todo
cuando era una mujer quien lo cumplía; Judas, siempre
retraído, contemplaba el acto de ungir María los pies del
Señor y luego volcar sobre Él sus cabellos sueltos para enju-
garle con ellos el ungüento. Y no aceptó semejante home-
naje, en parte porque comparaba su situación de hombre
solo, torpe y feo, con la del afortunado rey de la fiesta
que recibía homenaje de tan hermosa mujer, y principal-
mente porque él, como administrador, como hombre de
dinero y de números, se fijó e hizo la observación corres-
pondiente, en que aquel pomo «era de los más costosos»,
en que aquel ungüento valdría por lo menos trescientos di-
neros. Y entonces exteriorizó sus reflexiones, que fueron
más o menos: «Cómo despilfarran el dinero aquí en com-
prar ungüentos, cuando pudiéramos tomar ese dinero y
repartirlo entre los pobres. ¿No se dice que nuestra misión
es socorrer al pobre?». Naturalmente, entre los otros discí-
pulos, los que no sonrieron despectivamente ante tan or-
dinaria salida, simplemente insultaron a Judas. San Juan
dice que lo que le importaba a Judas cuando hacía aquella
observación, no era precisamente la suerte de los pobres
sino que si el dinero que costó el pomo lo hubiera tenido
él en efectivo, algo hubiera podido robarse; agregando sin
embozo alguno que Judas acostumbraba sisar los haberes
de la comunidad. En otras palabras, lo que llana y simple-
mente le dice San Juan a Judas allí, delante de todos, es
ladrón. Y Jesús, que es hombre dispuesto siempre al bien
y al amor y a la justicia, no se muestra siquiera conmo-
vido ante aquel insulto violento de hermano a hermano
sino que ignorando al agraviado le dice tranquilamente
a Juan: «No insultes al hermano porque te haya robado,
déjalo que robe». (No son estas exactamente sus palabras,
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