Page 245 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa
más maravillosas que se hayan escrito en lenguaje alguno,
cuando practicaban el vivir como un ejercicio de pura be-
lleza, Judas estaba amasando dinero, estaba contando di-
nero, estaba haciendo cuentas, estaba en esa tarea ingrata
que tradicionalmente se ha tenido como la más antipo-
ética. Judas, cuando observaba las relaciones existentes
entre todos los demás discípulos con Cristo, se sentía pro-
fundamente deprimido. Judas contemplaba, por ejemplo,
aquella zalamería en que rivalizaban Pedro y Juan por con-
servar cada uno para sí el favor del Maestro; Juan, poético,
humilde y embelesado ante Él, siempre en disposición
de beberle las palabras, amoroso y tierno, en actitud cons-
tante de besarle la mano, como lo vemos en el famoso
cuadro de Andrea del Castaño. Y Pedro, esperando que
se levante Juan de aquellas actitudes siempre cortesanas
y sumisas ante el Maestro para hacer él lo mismo, para
dedicarle grandes loas de palabra. En medio de los dos,
Judas, como está en el lienzo de Andrea, como un viejo
perro abandonado, esperando siquiera una mirada amable
del Maestro. El Maestro, humano como era, gozaba de
aquella atmósfera cortesana en que lo envolvía la admi-
ración de sus discípulos, respiraba con placer la solicitud,
tierna y siempre florida de elogios de que lo rodeaban sus
preferidos Pedro y Juan. Y esto encelaba, le dolía a Judas,
que se sentía, es seguro, profundamente solo y cuya aus-
teridad campesina no dejaba de experimentar cierta re-
pugnancia ante aquellas manifestaciones algo excesivas de
amor al Maestro. Por otra parte, era ostensible en Cristo
su preferencia por algunos discípulos en detrimento de
otros. Su tolerancia, por ejemplo, para con las veleidades
de Pedro. Pedro no llegó a traicionarlo, pero le hizo algo
que casi es traición y que está en la escala de la traición
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