Page 240 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles


            apedreamiento sanguinario de María Magdalena bajaron
            lentamente y soltaron las piedras en el suelo. La silenciosa
            gente se retiró, quedando frente a frente Jesús y la Magda-
            lena. Y el corolario de la escena no pudo ser más hermoso
            ni comprensivo, más humano. «Por lo mucho que amaste,
            te perdono. Vete y no peques más».
                Esta solución que dio Jesús a aquel caso que ya estaba
            previsto por las duras leyes del Sinaí, fue indudablemente
            un acto revolucionario. Así osaba Jesús contravenir una tra-
            dición que era sagrada para los hebreos. Aquello era nada
            menos que reconocerle a la conciencia humana el derecho
            a cuestionar o condicionar la obediencia a las leyes tenidas
            entonces por inflexibles, por infalibles e indiscutibles, no
            teniendo el hombre otra intervención en ellas que aplicarlas
            y obedecerlas ciegamente. Erigir la conciencia del hombre
            en juez de sus propios actos, eso fue lo que hizo en aquel
            momento Jesús. Hasta entonces, todo lo que se hacía, en
            el sentido de la moral o de la religión, era efecto de una
            aceptación mecánica e indiscutible de las leyes escritas. No
            había según tales leyes, opción a meditar sobre si lo que se
            hacía era malo o bueno. Bastaba que estuviese escrito en
            la ley tradicional, para que debiera cumplirse al pie de la
            letra. Y por primera vez Jesús, no solamente le niega a la ley
            el derecho a decidir sobre una vida humana, sino además
            invoca la conciencia como árbitro de los actos humanos y
            deja aparte la idea de que Dios, aquel Dios inflexible de
            los hebreos, era el único que a través de la dura ley escrita
            podía decidir justamente. Lo que hizo del cristianismo una
            religión tan popular y que llegó a derribar todo un imperio,
            empezando por la acción de doce hombres inermes, fue
            esa importancia que le asignó al hombre como juez ante sí
            propio, de sus actuaciones en el mundo.

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