Page 246 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
en un término bastante reprochable; le fue hipócrita, lo
negó; y no una vez, sino tres, como el propio Cristo había
previsto aquella misma noche de la Cena, cuando se lo
dijo: «Me negarás tres veces antes que cante el gallo»; como
había dicho también: «Entre vosotros hay uno que me trai-
cionará». Uno no se explica cómo a quien lo negó tenaz-
mente, a Pedro, lo perdonó y lo enrumbó hacia el camino
que siguió este, hasta hacerse cabeza visible de la Iglesia,
el Santo Padre; y en cambio a Judas no le hizo ni remota-
mente el mismo favor, dejándolo que se hundiera en el des-
prestigio y en la ignominia que lo han seguido por siglos.
Eso no se hace. Eso no se hace, y mucho menos cuando
uno es el Divino Salvador, y sobre todo cuando uno ha
aceptado la condición de Hijo del Hombre, cuando en-
carna al hombre en la suma de sus aptitudes, la primera de
ellas, la de la piedad y perdón para el prójimo.
A las reacciones de celos que experimentaba Judas
ante los halagos de los otros discípulos al Maestro hay
todavía que añadir su discrepancia con respecto a ciertas
actitudes, que en los Apóstoles y en el propio Jesús le pa-
recían contrarias a la doctrina por la que luchaban y a sus
prédicas. Por ejemplo, el episodio del pomo de ungüento,
en Bethania. Después de resucitado Lázaro, en la casa
de la familia de Marta y María, hermanas del resurrecto,
se le ofreció como acto de gratitud un banquete a Jesús
y a sus discípulos. Hubo un momento del ágape en que
María, que estaba enamorada del Maestro por lo dulce y
sabio que era, se ovilló en el suelo junto a él y se puso amo-
rosamente a ungirle los pies con ungüento de nardos que
guardaba en rico pomo.
Judas asistía con disgusto a aquel acto, a aquel acto
del ungimiento, que en aquella época era el homenaje
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