Page 222 - Sencillamente Aquiles
P. 222
sencillamente aquiles
ciencia, o sea de cultura, donde el hombre parece haberse
complacido en repetir paso a paso los mecanismos de su
propio cuerpo.
Tan estrechamente ha llegado el hombre a relacionarse
con su casa y de modo tan integral se ha desdoblado en ella,
que es este el único de nuestros artificios al que aceptamos
como expresión sustantiva de nosotros mismos. No otra
cosa que esa identidad es la que establecemos por medio del
pensamiento y del lenguaje, en la fusión de los conceptos
«vivir» y «habitar». ¿Dónde vives?, nos pregunta el amigo
que nos encontró en la calle, como si el hecho de estar uno
fuera de su casa supusiera no vivir. Y aun hay formas del
pensamiento metafórico en filosofía, en las religiones, en el
habla cotidiana, que otorgan a la casa una categoría de sím-
bolo o transcarnación de lo humano. El cuerpo, dicen los
orientales, es la casa del hombre; el cuerpo, dice la Biblia,
es la casa del alma. Y cuando la religión católica buscó una
imagen para encarecer la figura de la madre divinizada en
la Virgen Santísima, la nombró con tan hermosa metáfora
como «Casa de oro».
Tomamos a la habitación por el habitante cuando
advertimos al visitante procaz que esta casa se respeta,
o cuando hablamos de la Casa de los Austrias, o de la
Casa de Aragón para aludir, en realidad, a las familias que
en esas casas nacieron.
Le conferimos asimismo a la casa atributos fisiológi cos
tan privativos del cuerpo viviente como dormir o mirar:
«Esa casa durmió abierta toda la noche» o, en las descrip-
ciones topográficas, «la casa tiene por su fondo un balcon-
cete que mira hacia el sur». Casas que duermen, casas que
miran, casas que se nombran como sucedáneos de gente:
de ellas hay todo un pueblo en la poesía, en la historia y en
222