Page 216 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
en esos jubilosos días los ojos espirituales de la humanidad
hacia el resplandor de esperanza en que envuelve a la tierra,
desde los cielos más azules del año, la Estrella de Belén,
anunciadora de paz y buen tiempo para los habitantes del
mundo. Ya en las gélidas tundras que entristecen el mundo
blanco de los trineos, ya en las grandes ciudades septen-
trionales que en estos tiempos se recogen en un sueño me-
lancólico y sereno, algodonados los días por el perezoso
descenso de los copos; ya en las comarcas cálidas de Amé-
rica, donde la tierra se adorna con el azul infantil de las
flores de pascua, animados todos los seres de un misterioso
impulso de regreso en el tiempo, diríase que para esa época
jubilar del corazón los pueblos se hacen niños, y en el culto
inocente, casi pueril, que dedican por entonces a la figura
encantadora del Niño Jesús, realizan idealmente el anhelo,
que a todos nos asiste en lo más secreto de nuestra inti-
midad, de retornar alguna vez por siquiera un instante,
al mundo iluminado de nuestros siete años.
Es por eso la Navidad la fiesta de los juguetes y de las
golosinas, la que trasciende el sentimiento religioso para
asumir el acento de los cuentos y de las fábulas: centrada en
la figura de un niño, la ternura del símbolo auspicia su mara-
villosa atmósfera de infancia. Trineos, pastorcillos, nieve,
menudos corderitos, reyes mágicos: todo ese elenco humano,
todo ese decorado y fabulosa utilería que adornan tantos
siglos de tradición navideña, parecen más que los compo-
nentes de una conmemoración religiosa, los del más lindo
de los cuentos.
Lo que es hoy la Navidad remonta sus orígenes a
tiempos remotísimos de la historia. Como la conocemos
hace diecinueve siglos consagrada en ese tiempo a festejar
el nacimiento de Cristo, ya la celebraban mucho antes del
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