Page 213 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa
entre los dos pueblos, el arroz, las habas, las carnes ma-
yores, el repollo; y para adornarlo, así como para darle ese
toque olfativo que excita la bulimia del comensal, la hier-
babuena, el cilantro y el orégano; para colorearlo trajeron el
azafrán —finísimo sucedáneo oriental de nuestro onoto—;
para decorarlo, la gracia floral de los rábanos, y para toni-
ficarlo, el ajo y la cebolla. Para tan estupendo encuentro de
culturas gustativas la arquitectura española le incorporó a
la vivienda criolla el estilo de esas cocinas anchurosas, ricas
del calor humano y cuyos esponjados hornos y fogones en
arco de ladrillos evocaban interiores de iglesias del romá-
nico. ¡Obras de noble albañilería, calculadas como para im-
primirle un sentido trascendente a la alquimia de sabores y
aromas que allí tenía lugar, realzada la vitalidad de su am-
biente por las pesadas ristras de cebolla que se desbordaban
de las paredes, por los doctos jamones y lonjas de tocino que
colgaban de las vigas, por las sartas de chorizos que ondu-
laban en los travesaños como rojos collares, todo como en
un capítulo posadesco de Don Quijote de la Mancha!
De condumios heredados de la tradición culinaria es-
pañola y aquí enriquecidos, variados o transculturados a
las novedades gustativas que proveía el trópico en la in-
gente riqueza de sus frutos, nació la rica familia de platos
en que se expresa la cocina criolla y que alcanzó su mo-
mento de suma exquisitez en el alto siglo XIX cuando el
auge agrario del país permitió a los venezolanos disfrutar
de la buena mesa como de otro de los lujos que proporciona
el bienestar económico. Aquella es la época en que aparece
en la mesa pascual de los caraqueños la hallaca como la
más suntuosa y rara flor del barroquismo culinario mes-
tizo; época en que se inventa un postre de incomparable
delicia como el bienmesabe, verdadero príncipe de la mesa
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