Page 210 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
comarcas dispersas, plantea al hombre exigencias de aco-
modación, de circulación y convivencia cuya solución im-
pone todavía la invención de nuevas técnicas. Contra el uso
simple del espacio como lo hacía el hombre en su medio
elemental, la ciudad le impone la necesidad de crearlo y
multiplicarlo artificialmente. Sobre las formas intuitivas
de construcción que aplicó el hombre de las tribus se im-
pusieron, al nacer las urbes, las normas técnicas que inspi-
raban las matemáticas y la geometría. «La ciudad —había
escrito Aristóteles ya en la Grecia de hace dos mil años—
no es más que una asociación de seres iguales, que aspiran
en común conseguir una existencia dichosa y fácil». Al-
canzar el máximo de bienestar por el máximo de orden en
la disposición de los espacios es el ideal que aspira a cum-
plir para el habitante de las ciudades un oficio multifa-
culto como el del urbanista, que participa de la técnica, de
la ciencia y del arte. La definición más poética y perfecta
de la función de la arquitectura, tal como se concibe hoy,
nos la ofrece, paradójicamente, un hombre de hace dos mil
quinientos años, el filósofo chino Lao Tse: «Se levantan
paredes —dice— y se rasgan puertas, pero lo útil no son
en sí las paredes ni las puertas, sino la porción de nada
que hay entre ellas». Son los grandes escultores del aire,
decía de los constructores de ciudades un poeta, evocando
aquella diáfana caja de armonía que se llamó la Atenas de
Pericles. Pero acaso a los de ninguna época cuadra mejor
la imagen como a los de la nuestra —los Le Corbusier, los
Niemeyer—, ahora que las casas del hombre se disparan
hacia las nubes, como en un impulso por devolverlo ideal-
mente al árbol del origen.
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