Page 204 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
cualquier otra edad, parecía más atento a las sugestiones
poéticas de la naturaleza que a las duras imposiciones
de las leyes de sobrevivencia. Y aplazando en miles de
años invenciones para ese momento tan urgentes como la
puerta o la agricultura, se dedicó inocentemente a pintar
las paredes. Pinturas tan antiguas como las que han sido
descubiertas en las cuevas de Altamira, en Lérida, en
Lescaux, realizadas unos diez mil años antes de Cristo,
evidencian que el afán de ennoblecer la vida por medio
del arte privó desde siempre en el ser humano con tanta
fuerza como el afán mismo de vivir.
En sus idas y venidas por la tierra en pos de alimento
y seguridad, el hombre abandonó muchas veces las cuevas,
desalojado por los osos o por las hienas, para volver a ocu-
parlas a la vuelta de siglos. Pero hubo también grandes
masas de gente que al no encontrar en la naturaleza el re-
fugio fuerte que buscaban, tuvieron que inventárselo. El
hombre, hasta bien avanzado el neolítico, aprendió a mudar
las piedras y a erguirlas como árboles en sus enormes mo-
numentos simbólicos, pero no tenía cómo fragmentarlas en
piezas manuables, única manera de emplearlas como mate-
rial constructivo. En las regiones desprovistas de cavernas,
mientras los grupos que llegaron a territorios pétreos per-
feccionan los medios por los que las piedras se pueden
convertir en murallas, aquellos que no las encontraron se
encierran por millares entre espesos muros de barro cir-
cuidos unos por otros como en un laberinto, a fin de com-
pensar por multiplicación lo que les falta en resistencia.
Pero la historia del hombre nos habla también de
pueblos deambulatorios, de pueblos sin asiento fijo, que
por razones de necesidad o de inadaptabilidad se vieron
obligados durante siglos a recorrer el mundo con su casa
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