Page 82 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
con sed de aprendizaje y experiencia, lápices Mongol con
los nombres de supuestos novios grabados en su breve
espacio, sexos aislados, muñequitos de plástico orinando,
largas uñas pintadas de rojo a dos tonos, piedritas, ligas
mensajeras, prendedores, cintas, mechones de cabello,
sortijas frasquitos de perfume siguemelospasos, trenzas,
ojos de zamuro pulidos, azabaches, paraparas, caramelos y
suspiros envueltos en celofán. Es decir todo el liceo o buena
parte de el metido en esa gaveta, que estuve escudriñando
durante más de una hora. Todo eso era el pasado pero
estaba allí, metido en la gaveta. Eran las tantas vainas que
habíamos echado, ahora bajo la guardia caprichosa del jefe
de la Seccional. Pensé: una de dos: o este tipo es un morboso
o es un masoquista: una de dos o las dos cosas a la vez y más
todavía: morboso, masoquista, homosexual, coleccionista
y jefe de la Seccional Nº 1: espléndido currículum vitae
para aspirar a la meta última del escalafón. Arranqué dos
páginas del cuaderno de las negras biografías, en las que
se nos calumniaba a Azalea y a mí de cosas insanas en
la azotea, las rompí, las eché al cesto y salí, rumbo a la
dirección.
Casi se me olvida que si me metí en el liceo fue para
robarme el examen de química, pues era sumamente
excitante andar por esos salones amplios y solitarios —más
amplios que de costumbre—, donde no se escuchaba ni el
paso de una tiza sobre los pizarrones. El liceo silencioso,
como achicado ante mi presencia, todos sus salones
vacíos, sus baños avergonzados, sus seccionales y salas
de profesores indefensas, expuestas a que yo le diera
rienda suelta a mis venganzas tanto tiempo acariciadas en
un pupitre; todo en el más triste desamparo, en la más
abrumadora soledad. Pero de repente la excitación era
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