Page 84 - Sábado que nunca llega
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earle herrera


            tremendo calibre 38, cañón largo. De manera que Pelagajo
            no estaba inventando cuando decía que Reyes León trabaja
            también para la Secreta, que era un redomado soplón y
            allí estaba el arma de reglamento como prueba irrefutable.
            Mi primera reacción fue cerrar rápidamente la gaveta y
            salir de inmediato del liceo, pero me contuve. Ningún
            arma se dispara sola y además nadie me estaba viendo.
            Abrí de nuevo la gaveta, tomé el 38 y me lo guardé detrás
            del pantalón, sacándome la camisa para que no se notara
            el bulto. Me gustaría verle la cara a Reyes León cuando
            no encuentre la fuca en su escritorio; no pondrá ninguna
            denuncia pública porque es a él a quien menos interesa
            que se sepa que es policía. Vaya con el gorila, mira qué
            sapo el desgraciado, tombo de mierda eso es lo que es.
                Aquella oficina empezó a apestarme de repente. Casi
            con náuseas salí de allí, atravesé un corto pasillo y llegué
            a Secretaría. Iba a seguir de largo, hacia el laboratorio
            de química, donde estaba lo que iba a buscar, pero una
            vitrina llena de trofeos me detuvo bruscamente. Vi las
            estatuillas doradas y vi la gloria; escuché otra vez el coro:
            ¡A la bin, a la bin, a la bin, bon, ban: Herrera, Herrera,
            raa, raaa, raaaaaaa! Y yo entrando con los brazos en alto,
            por la meta de los 1.500 metros planos. Me acuerdo
            que en la eliminatoria un tipo de Puerto La Cruz me
            había  ganado  porque  me  dio  el  calambre  que  siempre
            me daba en la pantorrilla pero después, en la final de los
            interliceístas, me le pegué a la pata y así lo llevé hasta
            la última vuelta; cuando faltaban 100 metros le metí al
            remate, al embalaje y el tipo no me vio el humo, lo que
            le dejé fue el polvero y los muchachos del «Inteligencia»
            que me dieron dos vueltas en hombros por toda la pista,
            nada más que gritando: ¡He-rre-ra, He-rre-ra!, hasta que

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