Page 85 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega
me dejaron bajar y de allí nos fuimos para casa de Lesbia
a celebrar.
Ahí están los trofeos, no es cuento. De esos doce,
cuatro me los gané yo, dos Pelagajo, uno Morrocoyloco
y los demás ilustres desconocidos. Es decir que más de
la mitad de su gloria el liceo nos la debía a nosotros. Yo
era el azote en los 400, 800 y 1.500 metros planos porque
tenía resistencia y velocidad. En los lanzamientos de disco
y jabalina nadie, absolutamente nadie igualaba el brazo (o
la braza, porque lo que tenía era una madre de braza) de
Pelagajo. Y a Morrocoyloco no había quien le diera la talla
en el salto con garrocha. Por esa y otras razones teníamos
al liceo y a las carajitas del liceo metidos en el bolsillo; por
esas y otras razones Reyes León y el jefe de la Seccional
Nº 1 nos tenían una especie de mezcla entre envidia,
arrechera y admiración.
Este el de los 1.500, fue el último trofeo que me gané.
Aquella vez a Morrocoyloco, a Pelagajo y a mí nos hicieron
un agasajo; a la Dirección no le quedó otro camino, al
final siempre el sol termina achicharrando el dedo que
pretende ocultarlo. Los tres nos dábamos de codazos y
nos cagábamos de la risa cuando Reyes León, de mala
gana, porque se notaba que lo hacía de mala gana, decía
(o mal decía): «. . .muchachos que son ejemplo y modelo
para la juventud, buenos estudiantes y magníficos atletas,
que con sus triunfos honran nuestra institución, la cual
se enorgullece de tenerlos en su seno. . .». De pronto
Reyes León cortó el discurso, nos prendió a cada uno la
medalla respectiva y dio por concluido el acto, sin más.
La profesora de Castellano y Literatura, aprovechando lo
propicio de la ocasión, se me acercó y me puso un beso
en este cachete y me felicitó, me atrevería a jurar que
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