Page 80 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
Corrí por todo el pasillo y mis pasos sonaban
multiplicados como si todos los profesores del liceo,
encabezados por el jefe de la Seccional Nº 1, corrieran
detrás de mí. Bajé las escaleras en tres trancos y me
encontré en medio del auditorio. Arriba, en el entarimado,
estaba la figura de Córdoba, el Presidente del Centro
de Estudiantes, moviendo frenéticamente los brazos y
llamando a todo el mundo a abstenerse de presentar los
exámenes finales, hasta tanto se lograra la renuncia del
jefe de la Seccional Nº 1 y fuera derogada la medida de
expulsión contra Maradei, Pelagajo y contra mí. Desde
abajo le grité: «¡Púyale, Córdoba, tenemos que aplastar al
enemigo, fuera para siempre la marica jefe de la Seccional
Nº 1!». Me di cuenta que estaba pegando gritos en un
auditorio vacío y que nadie me escuchaba ni aplaudía.
Con rabia y hasta cierto rencor, dirigí mis pasos hacia
la Seccional Nº 1. De nuevo la ganzúa no me hizo quedar
mal. Le metí un beso y entré. Lo primero que me provocó
fue entrarle a patadas a todo aquello, voltear patas arriba
toda esa oficina. En esta Seccional el jefe trataba de besar
a todos los muchachos y al que no se dejaba lo expulsaba.
Me acordé de aquella frase: «Eres terrible, papi, pero no
te preocupes, nada te va a pasar». Después el tipo me hizo
expulsar por un mes pero todo el liceo se enteró de sus
costumbres. En la pared del fondo había un cuadro en el
que aparecían Aquiles y Patroclo en un dudoso abrazo.
Pensé: «Este es un maricón ilustrado». Al lado de ese,
descansaba otro cuadro, una naturaleza muerta, creo,
donde el rosado resaltaba y daba la impresión de un dejo
melancólico, breve, huidizo, capturado y plasmado en el
cuadro casi con regocijado sadismo. «Marica de remate»,
no cabía duda. Me arrellané en la poltrona ejecutiva y halé
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