Page 77 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


              desde ninguna parte caían aviones de papel. El vacío era
              extraordinario, arrollador, ¿quién no iba a sentir miedo?
              Pero me metí en él. Me paré en medio del pasillo, vi
              hacia todos lados y hacia ninguna parte en especial, me
              acordé de Lesbia, la vi, gordita y rosadita, con sus libros
              bajo  el  brazo, la mejor del curso, la más inteligente, la
              vi que me miraba reprochándome algo diabólico que yo
              acababa de hacer. Le saqué la lengua y le grité: ¡pendejota!
              y ella se calló porque sabía que si no, cambiaba de novia.
              Todo aquello me aplastó.
                  Yo  iba  a  buscar  el  examen  de  química  pero  mejor
              aprovechaba y recorría todo el liceo, lo conocía de verdad,
              lo escudriñaba todo. ¿A dónde ir primero?, ah, carajo, a
              dónde más, al baño de las mujeres, claro, a ver si es igual al
              de los varones. Subí al primer piso y torcí a la izquierda otra
              vez a la izquierda y ya me empezaba a pegar el olor a baño
              de mujer. Me detuve en frente, miré con cierta nostalgia el
              letrero que decía «Damas», empujé imaginando infinitas
              mujeres orinando, sorprendidas frente a mí y encontré el
              baño vacío. Olía a desodorante ambiental y a pinesol. No
              encontraba nada raro y sin embargo sentía la sensación
              de quien profana un lugar sagrado, me sentía marido
              de todas las damas que alguna vez se habían sentado en
              una de esas pocetas y olfateaba sus orines con inusitada
              curiosidad. Descubrí que los baños de las mujeres no
              eran  castos  como  yo  pensaba,  que sus  paredes  no  eran
              vírgenes de blancas, no. Al contrario había groserías de
              mayor jeraquía que las escritas en el baño de los tipos,
              proposiciones altamente sugestivas, frases realmente
              desesperadas y gritos demasiado dramáticos, casi al borde
              de las infinitas profundidades del orgasmo. Las paredes
              del baño de las hembras eran testimonio y poesía y hube

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