Page 78 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
de salir porque ya la excitación empezaba a manifestarse
turbadora, más turbadora que de costumbre.
Así, turbado, acaso mentalmente masturbado, salí
del lugar de los olores vitales. Anduve a todo lo largo del
pasillo del primer piso y me detuve frente al salón que
tenía la tablillita donde se podía leer: 4.º año - Sección B.
Experimenté un efímero temblor de piernas, el mismo que
sentí cuando me pasaron para la Seccional Nº 1 por mala
conducta, frente al escritorio de aquel profesor adiposo,
repugnante y homosexual, que tomándome suavemente
por los hombros, me susurró al oído: «Eres terrible, papi,
pero no te preocupes, nada te va a pasar».
Me parecía escuchar adentro la voz del impenetrable
profesor de inglés, dictando su lesson one: «Good
morning, mister», «Good morning, boy, how do you do».
Lecciones interminables que nos hacían dormir la lengua
y nos provocaban calambres en ella de tanto retorcerla
para lograr una pronunciación más o menos correcta, más
o menos elegante. Porque el profesor de inglés, que se
hacía llamar Anthony Smith, aunque todo el mundo sabía
que su nombre era Antonio Pérez pelado, decía que estaba
raspado el que pronunciara el inglés como los trinitarios,
que el inglés había que pronunciarlo con la elegancia y el
buen gusto de los neoyorkinos, por eso Antonio Pérez era
llamado el norteamericano oxidado, tipo raro de verdad,
que vivía permanentemente arrepentido de no haber
nacido en Nueva York o (aunque hubiera sido) en el
Estado de Texas, y en consecuencia, vertía su irreparable
tragedia de nacido en el muelle de Cariaco, en tremendos
cero cinco, cero seis, cero siete, bueno, sacarle diez a Smith
era una proeza, razón por la cual le habíamos quemado
tres carros importados.
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