Page 79 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega
Empujé la puerta y experimenté un verdadero agrado
al no descubrir, al lado del pizarrón, la figura bien trajeada,
recta y correcta de Teacher Smith. Aliviado, me llegué
hasta el escritorio y me dieron ganas de orinar sobre él,
de desquitarme tanta humillación profesoral pero me
aguanté, al fin y al cabo la madera no era culpable de
nada. El salón estaba vacío, horriblemente silencioso, un
silencio que se podía palpar fácilmente. Los puestos más
vacíos y silenciosos, donde el silencio parecía concentrarse
mayormente, eran el de Pelagajo y el de Morrocoyloco.
Me senté sobre el escritorio profesoral y empecé a dictar
una clase distinta, fuera de esquemitas consabidos, a mis
alumnos invisibles, condiscípulos de ayer: «Bello no fue
tan machete como dicen, quiero decir desde el punto de
vista de la praxis; en todo caso más machete fue don Simón
Rodríguez, verdadero pedagogo de América, el hombre
que le abrió los ojos de la libertad al joven Simón Bolívar
y le enseñó la intrascendencia de su fortuna material en
medio de tanta esclavitud y miseria. Vamos a ver, Pelagajo,
repite eso que acabas de oír: ¿que no lo sabes? Claro, tú
lo único que sabes es jugar ajilei. Tú, Morrocoyloco,
repite lo que acabas de aprender, ya, ya, tienen razón en
llamarte Morrocoyloco, eres un galápago de bruto. Bueno,
me estudian eso para mañana y quien no lo sepa mejor
pasa por la Seccional Nº 1 buscando su boleta de retiro».
Al concluir mi disertación y no encontrar preguntas ni
respuestas de los pupitres vacíos, me invadió un miedo tan
grande que salí del salón de clase casi a la carrera. Me
pareció que en cada puesto estaba sentado un muerto, un
fantasma y sentí lo mismo que se siente cuando se va a
visitar a un amigo enfermo y nos hallamos con la cama
vacía, olorosa todavía a cadáver recién llevado.
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