Page 86 - Sábado que nunca llega
P. 86
earle herrera
enjugando una lágrima. Yo le dije: «Le voy a regalar mi
medalla, profe». Y ella: «¿De-de veras?» Y yo: «De veras
y de todo, de todo corazón, mi profe, mañana se la traigo,
por esta, mire». Pero al final fue Isoilia la que se terminó
quedando con la medalla, dejando en espera de por vida a
Sor Juana Inés de la Cruz, que era como llamábamos a la
profe de Literatura.
Me di cuenta, mientras recordaba frente a la vitrina
de los gloriosos trofeos, que llevaba un arma encima, que
no tenía mucho tiempo que perder. Salí corriendo de allí
y al minuto estaba dentro del laboratorio de química. La
verdad es que el liceo es un dragón de mil cabezas que
le traga a uno buena parte de la vida. Como habíamos
derramado ácido sulfúrico —SO4H2— en estas largas
mesas negras. Allí aprendimos a fabricar explosivos y
allí conocimos los secretos de los vasos comunicantes y
gozábamos una y parte de otra viendo al hidrógeno, de
lo más orondo, desprenderse del agua como si nunca la
hubiera conocido. Allí, por Dios, nos hicimos panaderías
de Boyle y Mariotte y hasta aprendimos a preparar una
mezcla voladora; nosotros no la tomábamos porque
teníamos espíritu deportivo, pero le vendimos el secreto
a Burroloco y desde entonces comenzaron a llamarlo Rey
Dormido. El laboratorio de química por los cambios que
allí se sucedían, siempre me dio la impresión de ser un
universo aislado —y lo era, de veras—, con sus propias y
particulares leyes.
Me llegué hasta el escritorio de Mendeleiev y halé
la gaveta donde él guardaba los exámenes. Mendeleiev
siempre fue uno de los profesores más machete y lo trataba
a uno como a compañeros y nosotros a él de tú a tú, por lo
menos fuera del liceo. Ya le ponía la mano encima al examen
76