Page 91 - Sábado que nunca llega
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Lo que no entendía la gente era por qué la puerta se
cerraba a las ocho y media en punto de la noche. Y no
era que decir: hoy sí, mañana no: era todos los días del
mundo que la puerta se cerraba a las ocho y media en
punto y eso no lo entendía la gente, no lo podía entender.
Era una puerta de hierro, una cortina colgante de hierro
que Pietro bajaba todos los días a las ocho y media pe
eme, provocando una comunión de ruidos y chirridos
que le engallinaban la piel a todos los habitantes de San
José de un tiempo para acá. Muchos creían que cuando
los ruidos terminaban, después que la puerta de hierro
chocaba violentamente contra el suelo, quedando cerrada
hasta el otro día, demonios extranjeros invadían el pueblo
para hacerlo blanco y altar de sus inconfesables ritos luz-
bélicos. Muchos creían eso y más.
De Pietro se empezaron a especular tantas cosas que
ya no se podían contar todas. Lo cierto es que llegó en
un verano largo a San José y se quedó con intenciones
(por lo visto) vitalicias. A un trinitario que se regresaba a
Puerto España agobiado por la nostalgia, le compró una
pulpería que a la vuelta de tres meses convirtió en abasto
y le cambió de nombre. Las Quince Letras se llamaría
Abasto Pietro en adelante.
Al principio la gente lo miraba como se mira a
un italiano nuevo. Para unos era italiano y para otros
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