Page 54 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
como los burócratas allá, impertinentes hasta la generación
final. Ellos en vez de hablar en círculos que empiecen y
terminen en un punto, con los trescientos sesenta grados
correspondientes para cada conversación y como debe ser
en un país como La Perinola (circular), lo hacen en círculos
que se unen a otros círculos que se unen a otros círculos
como el cuento del gallo pelón. Un espiral es como un
político, adicto al arte de las promesas pospuestas, es la
relatividad absoluta, la postergación permanente y la carne
hecha prórroga y viceversa».
Mientras relataba sus vicisitudes en La Perinola,
el Gato gesticulaba con las manos dibujando curiosos
arabescos que querían capturar ipso facto el espacio in
fraganti. Los demás muchachos estaban en lo mejor de
los saltos y se dejaban llevar por la música y las luces
—soul y magenta—, en un maremágnum frenético de
reflejos espectrales. Ellos, por supuesto, tenían una dosis
más pequeña de la liga que no les permitía traspasar la
frontera que separa la vida real de La Perinola y de
Orión; su viaje al sueño era más corto, un viaje hasta
cierto punto con pies de plomo, que los hacía creer que
estaban batiendo chacos con las orejas. Eso les permitía
apreciar y disfrutar plenamente del coito de luces, del
desgarramiento delicioso que el amarillo provocaba en la
incorpórea superficie del azul. Pero ni el Gato ni Rosita
estarían para presenciar la espasmódica eyaculación del
amarillo en el vientre azulvioláceo, el esperado orgasmo
luminoso, el fosforescente polvo, porque uno andaría por
La Perinola, en un interminable diálogo con los espirales,
y la otra estaría en Orión, pateando estrellas, oh Rosita.
A todas estas, la felina se notaba inquieta. Gracia
siempre se ponía así cuando se acercaba algún momento
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