Page 51 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


                  Las fiestas en La piel del tigre eran ornamentadas
              con luces y nada de flores (en las orales tarjetas se rogaba
              no enviarlas); por lo general eran luces electrónicas que
              los muchachos se robaban de las grandes tiendas por
              departamentos, lleve hoy y pague mañana, así sea: luces,
              fiestas, rayas, manos que iban de arribabajo-de-abajoarriba:
              La piel del tigre.
                  También eran buenas para el viaje las luces de velas
              de colores cuando cortaban la luz. Una amarillocandela
              en la repisa, una azul debajo de la foto de la imitación
              del plagio del cuadro de la Mona Lisa que no es la Mona
              Lisa, una natural sobre la mesita de las bebidas y una roja,
              que es como un espejo de labios hambrientos de labios,
              frente a todos: fiesta de velas. Ahí es cuando Rosita me
              dice, me dice. Y yo: sí, sí. Rosita entonces se vuelve o se
              cree Cleopatra y empieza a pasear por el Jardín Romano,
              entre colores y pájaros, con Marco Antonio, se agacha,
              toma una flor, la huele y se la pasa a Marco Antonio que
              está un poco fastidiado e indelicadamente la lanza hacia
              alguna parte y la flor, humillada, exclama: ¡oh!, por boca
              de Cleopatra, que gime y me pasa la mano por el cuello,
              me la pasa de nuevo y gime, me besa en el pecho y gime,
              sigue bajando y me besa en el estómago y gime, me besa y
              me dice, me besa y yo la levanto y Rosita, otra vez Rosita,
              me dice: «¿Verdad que es bella la fiesta de velas?» Y yo: «Sí,
              Cleo, la fiesta, las velas».
                  El Gato apareció con su grito de costumbre y su
              felina gata, Gracia. «Hola,  brothercitos»,  saludaron  y
              se la acentaron al baile, a millón. Parecía que vinieran
              con la sed de cien soles a cuestas y tomaban como la
              mismísima montura de Baltazar. Rosita miraba a Gracia
              con cierta indisimulada envidia. La última vez el Gato

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