Page 56 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
Gato: La primera: se necesitaba un poco de emoción fuerte,
de sentimiento de culpa, digamos, de infidelidad, lo cual
crearía las condiciones psíquicas necesarias. La segunda:
era necesario aguante, resistir, llegar hasta las llamadas
últimas consecuencias, y el Gato no podía, porque según
triste pero valiente confesión de la felina, estaba quedando
desastrosamente impotente. El Gato no llenaba pues las
condiciones psicofísicas exigidas para llevar el experimento
a un Happy end. No había de parte de Gracia ni de la
mía otro móvil que el de aportar nuevas experiencias al
cúmulo sexicognoscitivo de las nuevas generaciones que
despuntaban; para decirlo con un horrible pero inevitable
lugar común, poner un granito de arena, nuestro-granito-
de-arena para la felicidad del género (o especie) humano,
tan maltrecha hoy día por aberrada maquinización de los
sentimientos más sublimes.
Por el guiño que me hizo al llegar, la felina venía
resteada para todo, aunque se le notaba, no sé si a capricho
mío, un poco impaciente, como si algún tren que se fuese
a marchar para algún lejano país, la fuera a dejar en alguna
solitaria estación, triste. A decir verdad, yo también me
sentía un poco nervioso y un momento hubo en que sentí
unas ganas enormes de olvidarlo todo e irme con Rosita
para Orión, a jugar su fútbol astral, pero no le podía echar
esa vaina a la felina, no me podía rajar a última hora. Y
al pensar en el mundo de novedades inimaginables que
íbamos a descubrir ella y yo, la decisión fue como el océano
donde se ahogaron de inmediato las fugaces dudas del
primer momento. De nuevo estaba dispuesto a convertir
al Gato y a Rosita en maravillosos cornudos soñadores.
Era un rol que ellos aceptaban en su inconsciencia en
aras del experimento. Dentro de poco, ya me veo, yo
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