Page 53 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


              el efecto del trabajo de la bruja del ministro. De pronto me
              preguntó si no percibía el olor a azufre de la costa, si no
              lo captaba y le dije que no. «Qué raro», suspiró, «todo el
              mundo lo siente y lo presiente, es la presencia inminente
              del Rey». «¿El Rey? ¿Cuál Rey?», me extrañé. «El diablo
              —Rosita sonreía—; es la brujería que me está haciendo el
              efecto ¿no ves?». La miré a los ojos y noté que estaba cerca
              de Orión. Rosita ya casi no estaba en la fiesta, a estas horas
              andaría por el cosmos dándole de patadas a las estrellas;
              dos, cuatro cápsulas tenían suficiente concentración para
              disparar a cualquiera hacia el universo abierto, único, el
              universo como un largo camino de rosas burlonas que le
              hacían cosquillas a Rosita en la planta de los pies y ella reía
              como siempre que yo la mandaba para Orión, risa y risa.
                  La felina miraba a Rosita con gozada maldad, a tiempo
              que le daba al Gato otro trago de la liga para que viajara más
              rápido. El Gato reía pesadamente, con una risa de plomo,
              mientras metía un pie en el vaporoso tranvía del sueño.
              «Ya casi voy a arrancar, Lina», le dijo a la felina y ella me
              dio el pitazo con una mirada escandalosa, anunciándome,
              con goce indisimulado, que ya el Gato había arrancado,
              pero bueno era esperar un rato más. Él empezó a hablar
              de cosas extrañas como un cronista que relata sus viajes,
              capítulo por capítulo, y luego recoge sus andanzas en una
              edición especial de 8 por 12, tirada a todo color: «Ayer
              pasé por La Perinola —narró bajito, en letricas de seis
              puntos—, que es un lugar azul turquesa donde todo gira
              sobre sí mismo. Así estuve descansando unas dos horas
              y logré establecer un interesante diálogo circular con los
              aborígenes del lugar. Es maravilloso notar cómo toda
              conversación termina donde comienza, menos cuando
              entran en las pláticas los espirales. Los espirales aquí son

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