Page 20 - Sábado que nunca llega
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earle herrera


            El lunes —todos los lunes eran iguales— tan enratonado
            como  cualquier  borrachín  del Parque  Carabobo,
            Santiago se llegó al RAMÓN  TALLER, ATEN…y
            lo encontró convertido en universo. «Viéndolo bien esta
            vaina es un cosmos», pensó en voz alta o se oyó decir o se
            dijo a sí. «Un planeta: Mercurio, Venus, Neptuno» En el
            centro del taller había dos enormes huecos de uno por tres
            y medio cada uno, que representaban el vacío, el cosmos o
            la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo y un
            solo Dios verdadero, igualito que un aceite para máquina
            de coser que mientan tres en uno o 3-en-l. Santiago era
            el  sol  y  alrededor  suyo  giraban  los  planetas,  satélites  y
            meteoros: chevrolet, ford, chrysler, volkswagen, renault,
            fiat, motores, tuercas, tornillos, espinillas, tripas, vértebras,
            saurios y ojos. Todo definitivamente espacial, cósmico.
                Desde una caja de hierro un gato encrespado lo
            miraba esperando una caricia; un gato negro y silencioso
            de nombre Made in Germany (en todas partes acarician
            gatos); un gato incapaz de cazar al más infeliz ratón, pero
            con fuerza para levantar un carro de diez toneladas y
            pico; un gato cojonudo, sí, pero un gato al que él odiaba
            entrañablemente.
                Un estante del alto del taller recogía en trece compar-
            timientos piezas caducas que serían renovadas con papel
            de lija y rescatadas, mediante ese procedimiento, de morir
            ahogadas y arrumbadas en los océanos metalmecánicos
            de las chiveras, entre los mordiscos de fósiles de mercedes
            benz degenerados y los colmillos de tiburones de hierro
            retorcido. Por debajo de sus pies corría parsimonioso, un
            río viscoso de aceite multigrado, brillante como el anillo
            de un monseñor, resbaladizo como la vida de cualquier
            Santiago; un río que se le pegaba de las botas y le lamía la

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