Page 15 - Sábado que nunca llega
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Se lo quedó mirando con su ojo áspero de tornillo
              oxidado.  Era un  ojo  herrumbroso,  inexpresivo y  fijo,
              como de ciego vendedor de cuadros sellados.«Otra vez
              me está viendo despectiva», pensó, saboreando algo agrio
              debajo  de  la  lengua.  No recuerda desde qué tiempo la
              llave inglesa, cada vez que la toma para hacer algo, se lo
              queda mirando con una mirada seca, de ser mecánico de
              un extraño mundo imprecisable, o de ojo mágico que te
              mira fijamente desde el centro de la puerta con su retina
              de  vidrio  biconvexo.  La  boca  con  que  la  llave  muerde,
              rabiosa, los tornillos y las tuercas y hasta sus uñas cuando las
              deja en alguna parte al descuido, se le antoja la de un saurio
              disecado y moldeado en hierro colado; la boca casi siempre
              abierta en una risa detenida de susto alevoso y premeditado.
                  De un tiempo para acá, el taller se le ha venido
              poblando de fantasmas concretos que toman formas de
              llave ajustable, de tornillo, de tuerca, de gato hidráulico,
              de destornillador, de alicate, de bujía, de dado, de taladro
              o de cepillo de alambre. Para  cualquier  lado  que  lanza
              la vista se topa con unos ojos metálicos que lo observan
              fijamente, a veces con burla, a veces con desprecio,
              a veces con la mirada con que se mira a las especies
              inferiores, siempre fijamente, cualquiera sea el estado de
              ánimo del a veces. Y cuando no es con unos ojos, choca
              entonces  con  dientes  ferrosos  arremillados,  muñones

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