Page 451 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo

               Robert L. Stevenson
               La isla del tesoro


                  Robert Louis Stevenson conoció desde niño la inmensidad.
               Bien pronto se dio a desandar lo ignoto: los palmares de Samoa,
               el fulgor coralino de las islas Marquesas y las playas de Tahití le
               fueron más  propicias a su espíritu de aventura que su frío Edim-
               burgo natal o la tizosa Inglaterra, de cuyo agobio humano viera
               surgir nuestro doble fundamental en Doctor Jekyll y Mr. Hyde,
               una de sus tantas obras maestras. Su tumba sobre un alto farallón
               del Pacífico corrobora su largo fervor por las voces de las grandes
               vastedades marinas.
                  De ellas proviene el libro que nos aprestamos a leer.
                  Los alisios y las tormentas avientan hasta una taberna de
               ron y blasfemia una historia de hombres de mejilla apuñaleada,
             [ 450 ] la pierna de palo, el puñal, un loro que profiere injurias y nom-
               bres de gente maldita, sombría como la bruma de los andenes de
               Bristol, con tufo a calafate, brea y tabaco, ebrios de alcohol y san-
               gre. Alguien de esa calaña irrumpe en uno de esos tugurios que
               apestan a cubierta, a bodega de barco. Gruñe o escupe su nombre.
               Hay quien trae una valija, un cuchillo, cierto mapa furtivo y sus
               arrestos de lobo de mar, que lo acusan de filibustero. El resto lo
               pregona el palo de mesana, el bauprés, las velas mayores y el decir
               del joven Jim Hawkins. Así nació La isla del tesoro, donde la per-
               secución de una riqueza enterrada por cierto desalmado capitán
               Flint pareciera concluir incontables veces, como que su fin último
               fuera menos el hallazgo de la botija del oro que fascinaron con
               la invención de sus fieros personajes y la trama de una ambición
               siempre postergada. El mar es aquí narrador omnímodo; el mar y
               sus fantasmas primordiales: el buque con bandera de huesos cru-
               zados y sus bandidos de horrura y asalto.











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