Page 455 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
diera tan largo merecimiento Lorenzo el Magnífico) no ha sufrido
desde entonces fatiga alguna de observancia.
Basta con que cambiemos la dignidad palaciega a la que fuera
dirigido por la del gobernante o jefe de Estado de nuestros tiem-
pos, para asentir que gobernar demanda, así en la teoría como en
su cumplimiento, una moral que se cruza de zorro y león.
Cada capítulo de El Príncipe pareciera repetirnos explícita-
mente o a las escondidas que todo poder político es mortal. A fin
de retardar su inevitable desvanecimiento, Nicolás Maquiavelo
aconseja a quien lo detenta el ejercicio de la confianza, la suspica-
cia, la astucia y la paciencia del alfil.
Maquiavélico y maquiavelismo privan en la terminología uni-
versal de la ambición política y en las argucias que prometen su
manejo al que por ella se desvela.
La regla de oro que difunde este imperecedero panfleto (ali-
ñado con acre verba cínica) anima durante casi cinco siglos la
[ 454 ] obsesión de dictadores y déspotas: el fin justifica los medios.
César Vallejo
Antología poética
“Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo
ya el recuerdo”, predijo el gran mestizo de Santiago de Chuco,
el gran peruano menesteroso y contrito, que quiso librarse de la
pobreza y de su yo amargo (allí todo es muy oscuro) largándose en
1923 a Francia, donde vivió dolido de peruanidad, con su “burro
peruano en el Perú (perdonen la tristeza)” y de maldad humana y
de metafísica. Inventó un idioma: en él se da el dolor como con-
ciencia y como sintaxis, como belleza y grito. Dijo que “hay golpes
en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!”. Dijo poco, pero para siempre:
escribió escasos libros de poesía (Los heraldos negros, Trilce, Poe-
mas humanos y España aparta de mí este cáliz), que el prestigio
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