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Luis Alberto Crespo
               diera tan largo merecimiento Lorenzo el Magnífico) no ha sufrido
               desde entonces fatiga alguna de observancia.
                  Basta con que cambiemos la dignidad palaciega a la que fuera
               dirigido por la del gobernante o jefe de Estado de nuestros tiem-
               pos, para asentir que gobernar demanda, así en la teoría como en
               su cumplimiento, una moral que se cruza de zorro y león.
                  Cada capítulo de El Príncipe pareciera repetirnos explícita-
               mente o a las escondidas que todo poder político es mortal. A fin
               de retardar su inevitable desvanecimiento, Nicolás Maquiavelo
               aconseja a quien lo detenta el ejercicio de la confianza, la suspica-
               cia, la astucia y la paciencia del alfil.
                  Maquiavélico y maquiavelismo privan en la terminología uni-
               versal de la ambición política y en las argucias que prometen su
               manejo al que por ella se desvela.
                  La regla de oro que difunde este imperecedero panfleto (ali-
               ñado con acre verba cínica) anima durante casi cinco siglos la
             [ 454 ]  obsesión de dictadores y déspotas: el fin justifica los medios.





               César Vallejo
               Antología poética

                  “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo
               ya el recuerdo”, predijo el gran mestizo de Santiago de Chuco,
               el gran peruano menesteroso y contrito, que quiso librarse de la
               pobreza y de su yo amargo (allí todo es muy oscuro) largándose en
               1923 a Francia, donde vivió dolido de peruanidad, con su “burro
               peruano en el Perú (perdonen la tristeza)” y de maldad humana y
               de metafísica. Inventó un idioma: en él se da el dolor como con-
               ciencia y como sintaxis, como belleza y grito. Dijo que “hay golpes
               en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!”. Dijo poco, pero para siempre:
               escribió escasos libros de poesía (Los heraldos negros, Trilce, Poe-
               mas humanos y España aparta de mí este cáliz), que el prestigio






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