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La lectura común                             Lectura para impacientes




              Marguerite Yourcenar
              Memorias de Adriano

                  A la espera de que su corazón termine por asfixiarlo, Adriano
              Augusto, emperador romano del siglo II de la era cristiana, que
              viniera a la vida en España y regresara a la nada en Roma, escribe
              una desaforada epístola al joven Marco (Marco Aurelio, futura
              divinidad del imperio), en cuya lectura, regalo de prosa preciosa,
              asistimos a la fulguración y el ensombrecimiento de quien fuera
              dueño y señor del mundo conocido y de todo lo que en él se mos-
              traba visible o invisible. Antes de convertirla en perfección, Mar-
              guerite Yourcenar pasó varias décadas frecuentando museos y
              sarcófagos y recitando verdades y conjeturas, hasta darle forma
              literaria a la apariencia humana e ilusoria de un soldado lector,
              poeta, filósofo, coleccionista de arte, estadista, civilizador y aso-  [ 443 ]
              lador, sensual y frígido, sibarita y austero, dispensador de mila-
              gros y castigos, amoroso y solo, generoso y mezquino, fundador
              de pueblos y desiertos, sensible con la flauta traversa y violento
              con la espada heridora, pero, sobremanera, figura emblemática
              del poder y la gloria sin mesura, a la que el lastimado corazón con-
              vierte en frágil criatura terrestre. Tal vez importe menos la fide-
              lidad histórica sobre la que se asientan las Memorias de Adriano
              que la intromisión, en su espacio y tiempo verificables, de la medi-
              tación acerca del ser y de su tiniebla, la belleza y su deslucimiento,
              la plenitud y su ruina, propuesta a lo largo de esa prolongada
              misiva, escrita por un dios terrestre que lobreguece.


              Rómulo Gallegos
              Cantaclaro

                  El llano es Florentino Coronado. Allá va, en el temblor de
              la lejanía sobre su caballo, cruzando, yéndose de la realidad y el






       Lectura comun heterodox   443                                   13/4/10   12:36:31
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