Page 387 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               orore, propagarán su variopinta jardinería. Con los aguaceros de
               junio se hincharán los caños y el río Portuguesa, que transcurre
               cerca, alcanzará sus empinadas barrancas. Un llano bajo las aguas
               dirá que es tiempo de emprender la próxima vaquería, la vaquería
               de invierno.


                  En mayo empieza el invierno
                  y para el llanero es alegría

                  Ángel Custodio Loyola, el mítico coplero de la Mata Arzolera,
               lo propaga con su tañío por toda la llanura venezolana. Se hace
               noche en pleno día. Aquel cielo blanquiazul del verano, aquella
               desmesura desnuda han enlobreguecido. Los alisios desmayaron.
               “Parece que para el mundo/la palma sin un vaivén”, canta Alberto
               Arvelo Torrealba. El infinito alzado es hendido por la centella. Las
             [ 386 ] nubes soportan mal su carga de aguaceros y se vacían en torren-
               tes. Llueve. Y vuelve a llover. Es junio bien tarde. Un ajetreo de
               bestias, animales y hombres agobia el hato veranero. Es tiempo de
               la vaquería de invierno. En el alto llano, lo que meses atrás fuera
               desierto, osario de animal, raíz extenuada, pasto muerto, cauce
               agostado, es ahora tierra reidora. El verde ha renacido e invade
               hasta las rendijas de las piedras, la llaga de los rastros. El sembra-
               dor exulta. La semilla estalla. Cada rama es casa de pájaro.
                  El ganadaje abunda, han proliferado sus crías. Las reses
               lucen cuerpos robustos. Un bando de toros muestra el tes-
               tuz del padrote. El herraje y las marcas de los orejanos fue larga
               tarea de paciencia y precisión. Los pastos casi navegan entre las
               correntías, las bombas, los bajíos. Vuelve a llover y vuelve a ento-
               nar el sausé su silbo de dos notas. Al borde del lagunazo clama
               el carrao. Súbito, una tromba de aguja y ventisca inclina el pai-
               saje, emparama los corredores de la casa. Vastos paños de sabana
               yacen sumergidas bajo las aguas salidas de madre. La plaga negra
               zumba sin cesar, su castigo es insoportable. Es preciso ahumar
               la bosta y los nidos del comején para sobrevivir a su avalancha.






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