Page 382 - Lectura Común
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y de cornamentas hacia el gran círculo abierto donde comienza y
termina, una y otra vez, la tierra entera.
Tras la enrancia de hombres, animales y horizontes comienza
en el alto Guárico, Francisco Lazo Martí, su viajero de excepción,
lleva por viático los versos de su “Silva Criolla”:
¡Cantando una tonada clamorosa
y bajo el fiero sol de la sabana,
al paso lento de la res morosa,
con rumbo al sur cruzó la caravana!
En el poeta el verano es el yermo violento de “El Tapiz”, en
el aledaño calaboceño, lamedero del curujujul, fiesta florida del
orore. La sequía es la de finales del siglo XIX en el hato de la fami-
lia, pero nada ha cambiado en el Guárico, es el mismo verano de
los mediodías encandelados y fragosos de estos días de febrero. El
indio Reynaldo, el encargado del hato “Mapurite” de los Silva Agu- [ 381 ]
delo, el mejor lazo de esas soledades tendidas, amarra los palos
del tranquero. Los vaqueros, a paso de uña de caballo, enderezan
el ganado que desde temprano se estorbaba entre los corrales de
la majada. Sobre la rama desnuda de un palo seco, se desespera la
guacaba, el cernícula de grito agorero. Hiende el aire su pariente
menudo, el gavilán primito, “pequeño y gran volador”, que pro-
paga la canta alabando su donaire. Los pastizales han cobrado un
color ocre, el color de la sed, la carroñera sed de los llanos vera-
neros. Presidiendo la caravana van los cabresteros entonando
canciones sentimentales para sosegar las reses que avanzan con
pereza, como remedando el sopor de la intemperie, blanca y calu-
rosa así en la tierra como en el cielo. A los lados, flanqueando el
ganadaje, se afirman en sus sillas los punteros y un poco más dis-
tantes, hendiendo el pasto tostado, los contrapunteros, la corona
del cabo de soga atada a las ancas del caballo. Sobre el respaldar
de la silla se acuesta la capotera, bien anudada, donde guárdase la
hamaca, el mosquitero y la colcha. El porsiacaso, al otro costado
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