Page 379 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
                  De esas llanuras proviene nuestro enigma. Habitamos un
               camino. No la casa. Nos vamos de nuestro cuerpo, no duramos
               en él, en el aquí que somos o lo presentimos, sobre las cumbres, en
               los valles, en las orillas y las costas, entre los árboles y sobrema-
               nera en los llanos, donde todo lo terrestre y lo celeste tiene lugar,
               acontece. Si cada región geográfica nos asigna una conducta y un
               destino, es la sabana, la tierra caída en sí misma y ante el espacio,
               que es su otra vastedad, la que, con los mares, mueve al hombre y
               lo educa en su errancia interminable a través de lo profundo cuyo
               límite ilusorio es el horizonte, el gran hueco tendido.
                  Nacer, existir en esa patria ilímite del después y el más allá
               obliga a su habitante a obedecer a su inconstancia de suelo y cielo.
               Y si ese habitante practica su lejanía, nada que no sea mudanza de
               una a otra distancia consigue apaciguar su ancestral postura este-
               paria. Tanto, que entre la llanura y su habitante, dáse una defi-
             [ 378 ] nición que los enlaza, no sólo por haber nacimiento en ella sino
               porque su proveniencia califica un comportamiento y, más aún,
               un oficio. Se es llanero menos porque se nace en el llano que por-
               que en él se ejerce una labor que así se llama. Llano es, pues, una
               escuela de llanería, esto es, la educación del ser para el dominio de
               cuanto hay de indomable en sus intemperies, la del llano que se
               encumbra y la del llano que se cae.
                  Su camino vivo no puede ser otro que el del caballo. Él achica
               lo inaccesible, hace íntimo el confín, enseña a pasar como el ave de
               Pessoa: “Pasa, ave, pasa, y ayúdame a pasar”, o le “pone la sabana
               en la sien”, agrega Alberto Arvelo Torrealba. Ave solípeda y psi-
               copompo, el caballo es la prolongación del hombre llanero, con
               él y en él hace el llano, propicia la confidencia interior. Ninguna
               criatura facilita más el sentimiento que el caballo. A él débese la
               canta de la afirmación del yo que es la copla y la de su desasogiego
               que es el pasaje. El caballo preside la conversación con lo solo, la
               otra llanura de más adentro.









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